Dice Tere Mollá Castells que los radicalismos religiosos se afanan por proteger a las mujeres, especialmente en conflictos armados, por su capacidad reproductivo-suministradora de nuevas ciudadanas y ciudadanos, garantes de la continuidad de la especie, la etnia, el pueblo. Claro que la protección consiste en mantener a las mujeres en el hueco protector del sobaco masculino, marido mejor que padre o hermano (éstos son temporales, hasta la llegada del “elegido”, generalmente sin tener en cuenta los deseos de ella), y la gran idea del gobierno de Gaza para salvar a las viudas de los "mártires" de la causa árabe es ofrecer 3.000 € a los que se casen con ellas, aunque ya estén casados.
No queda muy claro si al gobierno afgano le mueve la misma inquietud protectora para aprobar una ley que retrotrae a las mujeres chiíes al reciente pasado fundamentalista talibán (pérdida de derechos civiles, necesidad de autorización masculina, la violación marital), o sólo ganarse las simpatías del fundamentalismo chií cara a las próximas elecciones. Lo cierto es que el informe de la Alta Comisionada de NN UU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, demandó al presidente afgano, Ahmid Karzai, a la inmediata derogación de esa ley por constituir una violación del ordenamiento jurídico afgano, así como un atropello a los más elementales Derechos Humanos.
Las mujeres afganas, retando la tradición opresora, ya han salido a la calle a reclamar sus derechos y la retirada de una ley aprobada en marzo que comienza a recibir críticas internacionales, aún tímidas.Para fundamentalistas políticos y religiosos el vientre de las mujeres sólo importa como función reproductora y fuente de placer al servicio masculino. Por nuestro vientre nos casan, nos violan, nos mutilan, nos humillan, nos asesinan. De ahí la importancia de controlar la sexualidad de las mujeres, de impedir el conocimiento de nuestro propio cuerpo, de decidir sobre nuestra maternidad por nosotras mismas, el cuándo, cuánto, cómo y con quién. Los fundamentalistas religiosos nos niegan el derecho al placer sexual condenando el uso de métodos preventivos y estigmando a las mujeres que recurren al aborto, en palabras de Soledad Murillo, una decisión no deseada...
Negar la libre elección es controlar nuestras vidas a través de nuestro vientre, como si no fuera algo propio, único y singular, sino un recurso al servicio de los hombres que pretenden seguir dominándonos.
Todo esto ocurre en el que según voces venidas de no sabemos dónde y tenidas por expertas, éste es el siglo de la igualdad, el de las mujeres. ¿Dónde quedan los países ricos, los democráticos, los del G-8/20, los del Consejo de Seguridad de NN UU, los de la OTAN? ¿Dónde las voces, las iniciativas, las presiones de las mujeres influyentes que hoy están en centros de poder? ¿Dónde estamos nosotras?.
Negar la libre elección es controlar nuestras vidas a través de nuestro vientre, como si no fuera algo propio, único y singular, sino un recurso al servicio de los hombres que pretenden seguir dominándonos.
Todo esto ocurre en el que según voces venidas de no sabemos dónde y tenidas por expertas, éste es el siglo de la igualdad, el de las mujeres. ¿Dónde quedan los países ricos, los democráticos, los del G-8/20, los del Consejo de Seguridad de NN UU, los de la OTAN? ¿Dónde las voces, las iniciativas, las presiones de las mujeres influyentes que hoy están en centros de poder? ¿Dónde estamos nosotras?.
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